SEGUNDA ESTAMPA (CONTINUACION)
Embelesado como estaba no me dí cuenta hasta que se paró el camión, de la bomba que estaba estallando en la cabina. Muchos años después con los ánimos serenados la Clara me contó esa parte de la que no fuí testigo por andarme ligando al Filiberto.
Tal como supuse apenas comenzó la larga marcha del camión por el pésimo camino de terracería, también se desató el siguiente capítulo de la telenovela. Matías reclamándole que toda la fiesta se la había pasado coqueteando con todos –lo cual evidentemente era una exageración que pudo ser corregida de haber atemperado el lenguaje: se la pasó calentando a dos que tres compas que por cierto venían en la parte de atrás del camión.
La Clara como era su costumbre,pero agudizada en ese momento por el cruce del alcohol con la mota se soltó a carcajear. Matías subió el tono. La Clara también. El experimentado lector se preguntará, y qué hacía el tercero en la cabina, el famoso Rigoberto. Pues más caliente que nada con los gritos comenzó primero discreto y luego mas obvio a meterle mano a la Clara. Ella siempre complaciente se puso de ladito para que pudiera meter bien sus manos en las pantaletas. Hasta que el Matías se dió cuenta de la operación pantaletas no tanto por lo que vió sino por lo que escuchó. Las risotadas de la Clara devinieron jadeantes gemidos. Pinche puta, le gritaba.Y ella entre gemido y carcajada contestaba: Cógeme,cógeme.
El Matías para abruptamente el camión, se baja los pantalones, le desgarra las pantaletas y le mete la verga hasta lo más profundo del ser. Eso dijo la Clara y a confesión de parte, relevo de pruebas. Pero Rigoberto estaba pegado como lapa al trasero de la Clara. También saca su instrumento y se lo mete por el otro hoyo disponible. A esas alturas del campeonato con el camión parado y los gritos y gemidos de los tres en la cabina parecía más una llamada de retoque de conscriptos. La raza de bronce ni tarda ni perezosa se bajó del camión y se alineó por todos los lados de la cabina para observar mejor. Los más avorazados se echaron una chaqueta y los más pacientes comenzaron a ponerse en fila.
Yo me quedé casi solo con mi Filiberto. Apenas unos cuantos aborigenes medios pedos que juzgué ya no ligaban nada. Entonces me dije, si de eso se trata entrémosle al banquete. Me fui sobre el pito de Filiberto que ya para entonces resplandecía erguido como soldadito de plomo. Al principio se sacó un poco de onda pero después de probar las delicias que mi boca producía, lo único que quería era encuerarme. Allá abajo continuaba la saga en la cabina asi es que consideré que simplemente añadíamos unas voces más a la lujuriosa cacofonía que ya estaba en los inicios de su apogeo. Tal y como había fantaseado, Filiberto era la fuerza bruta de la pasión. Quién lo dijera con esa vocecita. Las embestidas eran escandalosamente maravillosas y yo ya para entonces capturado absolutamente por el placer solo atinaba a gemir a grito pelado. Seguro que fue a grito pelado porque en ese momento vislumbré la silueta de la Clara ya fuera de la cabina que me gritaba: pinche puto por qué no te metiste en la cabina conmigo.
Lo que sigue nos quedó más bien borroso a ambos. A ella todavía la escuche gritar a la raza de bronce: tengo para todos. Después, lo que pudo reconstruir es que primero en fila de uno en uno la comenzaron a penetrar y después cuando las ganas ya no podían esperar de dos en dos por donde se pudiera penetrar. Ella como siempre gimiendo y riéndose a carcajadas.
Recuerdo eso sí que el encabronamiento me invadió. ¿Encabronamiento a qué? No lo sé pero estaba realmente emputado. Filiberto había terminado su operación majestuosamente con un chorro de su savia que competía existosamente con cualquiera de los chorros de agua de las máquinas anti-motín que nos aventaron en los disturbios en Cancún. Mis pantalones ya no existían y con la trusa a media nalga me bajé emputado como les digo que estaba, me puse de culo recargado en el camión y comencé a gritar: aqui también hay para quien quiera. No crea el culto lector que se necesitó de traductor para que la raza de bronce entendiera. Lo siguiente que supe fue la continuada embestida de unos pitos que contrario a mi análisis empírico previo eran de dimensiones absolutamente gigantescas. Al principio sentí un placer descomunal –como nunca más volví a sentir- , pero después la rutina se volvió despiadada y dolorosa al tiempo que claramente sentía chorros de mecos, sangre y mierda que brotaban de mi culo.
Sufrí un blackout porque lo siguiente que me acuerdo es estar contemplando tirado en la maleza, panza pa’rriba y completamente desnudo los primeros rayos de luz en un cielo que empezaba a azulear. Escuchaba el cacareo de los pollos, el oink oink de los cerdos, el ladrar de los perros y el canto de su majestad el gallo. La raza de bronce silencia, desparramada por todas partes. A ratos escuchaba que alguien vomitaba. Pero lo que más me sorprendió fue el profundo silencio humano. La Clara estaba a mi lado abrázandome y llorando. Repetía una y otra vez: por qué no te subiste conmigo a la cabina. ¿Qué podía decirle? Por puto.
SIGUIENTE EPISODIO: TERCERA ESTAMPA: EN CASO DE NECESIDAD METE AL BOTE AL HERMANO DEL PRESIDENTE
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