Friday, July 13, 2007

ESA PASION DEVORADORA

SEGUNDO MOMENTO: EL TORMENTO DE TU AMOR

INTERVALO MOMENTANEO

SEGUNDA ESTAMPA

El camino de regreso era aun más penoso. En sí porque el camino estaba madreado, mas todavía porque estábamos todos bien borrachos. Viajábamos en unas trocas de redilas que lo mismo transportaban ganado que seres humanos. Normalmente hacían el recorrido de la parte más recóndita de Atlapexco hasta Huejutla. Pero esta vez era especial. Habíamos ido todos al bautizo de la hija de Timoteo al rancho La Corrala en Jaltocán, y Clara y yo habíamos sido los padrinos. Como siempre un enorme zacahuil estaba listo para los invitados, y rios y rios de alcohol de caña. También algunas cervezas. Ya entrada la madrugada decidimos regresarnos a Huejutla sobretodo porque el ambiente se estaba cargando. Por más que llevábamos más de dos años viviendo entre las comunidades su lengua(nahuátl) seguía siendo para nosotros un misterio. Lo único que sí sabíamos es que cuando estos indios de voz débil y modales parsimoniosos comenzaban a levantar la voz y a atacarse de una como risa nerviosa las cosas estaban por ponerse bastante cabronas. Asi es que emprendimos la retirada que duró varios minutos por no decir casi una hora ya que Timoteo bastante pedo no cesaba de zarandear a sus dos compadres. Nos decía y nos repetía: ya hermanitos se tienen que casar para que valga este bautizo,eso dijo el padrecito. Por favor cásense.
Uuy si supiera que Clara era la lesbiana más rápida del Oeste y yo el puto más irredento de toda la Huasteca - ¡y vaya qué había putos! En fin convenimos que no sólo nos casaríamos sino que además él y su esposa serían nuestros padrinos.
Clara se fue en la cabina junto con Matías el dueño y chofer del camión. Era un tipo mas bien delegado pequeño y come años. Aparentaba tener a lo más treinta años pero por sus propios recuentos que me hizo varias y reiteradas veces en la cantina de su rancho tenía que estar entrando a los cuarenta. Desde que llegamos Clara y yo se hizo amigos de ambos y no cesaba de hacernos pequeños mandados cuando mas lo necesitábamos. Estaba claro que le tenía ganas a la Clara. Claro a la Clara. Ella toda dadivosa me dijo una vez con voz seria y circunspecta –como suele asumirse cuando estaba por hacer alguna travesura- a ti no te molestaría que me echara una canita al aire de vez en vez con el Matías. Le dije la verdad. No me molestaría. Y no, no me molestaba que se encerrara muy frecuentemente en su cuarto con la Rosa o con la antropóloga alemana y después de surtirse de mota y a veces de coca y de quién sabe que otras píldoras se sumergían en una exhuberante sinfonía de gemidos y gritos casi histéricos. Al contrario tan me prendía que tenía que recurrir a uno de mis dos amantes de planta – uno vivía al lado nosotros con su abuelita- el buen Ricki cuya verga kilométrica era deleite visual de todos los que frecuentábamos los por demás nauseabundos baños municipales de Huejutla.

Pero este recuento iba en la dirección de subrayar que al tiempo que mi Clara se atacaba con sus lesbianas yo hacía lo propio con mi Ricki. Y si las circunstancias exigían mas sexo siempre estaba listo y dispuesto Martín, mi otro novio, para entrarle en un muy creativo terceto del cual yo era agraciado centro de atención. Por estas poderosas razones, que la Clara decidiera que también quería echarse un vergazo de temps en temps con un noble indígena nahuátl me pareció very cool. Sólo que Matías no entendía nuestros códigos sofisticados. Entendía sí que era el amante y no el esposo. Suponía que yo era el esposo y aunque le parecía curioso que no sólo supiera de sus aventuras sexuales con mi Clara, sino que además las aprobara –las conversaciones en la cantina desembocaban inevitablemente en su azorado descubrimiento de mi conocimiento con lujo de detalles sobre cómo se había torteado a mi Clara en la más reciente ocasión. La situación comenzaba a ponerse nebulosa para él cuando entraban en el escenario la Rosa y la antropóloga. Para qué les digo que el tema de mis novios quedaba siempre en la discreta franja de cuando más una inquisidora mirada. Se sentía en terreno movedizo y mejor no le meneaba más. Pero a partir de lo sí sabía y quería saber, es decir, que era amante de Clara, tendía a inferir comportamientos conforme a libreto. Libreto de telenovela de Televisa, of course. Lo cual significaba no pocas escenas de celos que me tocaba escuchar a trasmano cuando ambos se encerraban en la cocina; él a gritarle y ella a cagarse de risa. La Clara tenía razón. El la acusaba de infidelidad conmigo y “con los demás hombres”. He simply missed the point.

El caso es que esa noche que regresábamos de La Corrala, el Matías andaba pedo y se había cruzado con un churro qe nos habíamos echado juntos con el ya para entonces compadre Timoteo. De suerte que cuando la Clara me dijo que me subiera con ella en la cabina consideré no solo una imprudencia presenciar el enésimo ataque de celos, sino un tiempo desperdiciado habiendo como había una enorme oportunidad de ligarme a un digno representante de la raza de bronce que súbito fue objeto de mi interés y mi lascivia –quizás no en ese orden- enmedio de la pachanga. Me aseguré que se subiera a este particular camión y me dispuse con mi mejor actitud multicultural y pluriétnica a ligármelo. Conviene adentrarme en un breve disgresión antes de retomar el relato. Mis gustos no están del lado de la raza de bronce.Lo digo así sin hiperbole ni doble sentido. Llamando a las cosas por su nombre. Me fascinan los güeritos,delgados,ojos claros,nariz aguileña[1]. ¿Hay algo de racismo en mis preferencias? Lo concedo, pero las preferencias sexuales son las preferencias sexuales. ¿Qué quieren que mienta en un afán por congraciarme con todos los politically correct del mundo? Desde luego que no me parece aceptable volverme a meter en el clóset ahora de mis verdaderas preferencias masculinas. Mejor confesar cándidamente mis gustos. Pero además conviene asegurarle al apreciable lector que mis preferencias admiten excepciones. El chavo motivo de mi acuciosa atención esa noche y que apenas frisaba los veintiún años, merecía todas las excepciones del mundo. Un poco más alto que yo, es decir cerca del un metro ochenta, era verdaderamente excepcional en la huasteca que es tierra de enanitos. Robusto pero esbelto, su cuerpo era producto de su trabajo como cargador de cajas de frutas y legumbres en el mercado municipal

/favor de evitar cualquier comentario insidioso acerca de las nobles tareas manuales de mi potencial ligue/

pero lo que en verdad me tenía enloquecido eran esos gruesos labios jugosos que se entreabrían tomando las formas más caprichosas de acuerdo a su estado de ánimo. Eludía hablar en nahuátl particularmente con gente que juzgaba letrada como yo. Entonces se pulía en español. Lo cual hacía con muchas dudas, a veces tartamudeando y generalmente en voz baja. Tenía desde luego otros atributos materiales que en una región donde los hombres están dotados de pitos tan minúsculos como su estatura, resaltaban inmediatamente. Yo un avezado en los menesteres de apreciar de manera discreta y casi casual los pitos cuando nos íbamos a bañar al río – la verdad no me perdía ninguna de esas memorables ocasiones a pesar de que como cuento el material era ralo – noté inmediatamente la excepcionalidad. Casi simutáneamente decidí reconsiderar mi proclividad hacia los güeros con un argumento razonable y coherente. ¿Acaso no estoy por el pluralismo político y por el respeto a las diferencias? ¿Acaso no he presumido que lo indígena corre por mis venas?

/desde luego mi madre se ha escandalizado siempre. Siendo ella española de España , es decir refugiada, con todo y lo agradecida que está con este país que la recibió a ella y a mi papá con los brazos abiertos, no se puede hacer a la idea que haya mezcla de razas/

Entonces era perfectamente lógico que me atrajera ese noble especimen de la raza de bronce. De ahi el origen de mi interés que se condensó esa aciaga noche.

Habiendo rechazado mi incorporación al triángulo amoroso que se habría desarrollado en la cabina con mi presencia, raudo y veloz me fui a las redilas con tan buena fortuna que para treparme me coloqué exactamente detrás de Filiberto, la joven promesa de la que tanto he venido comentando. Uds creen después de lo descrito que Filiberto requiriera alguna ayuda para treparse en el camión. Desde luego que no. Pero por una extraña casualidad que considero debe elevarse a la categoría de premonición, falló en su primer intento por treparse y en el rebote yo servicial y obequioso como siempre lo empujé –con ternura pero firmeza- desde la cintura para abajo. Es decir entre en contacto con unas nalgas frondosas pero firmes, rellenas pero consistentes, pequeñas pero protuberantes. Luego él ya arriba del camión me extendió la mano y yo......volé, literalmente volé.Más aún para romper con cualquier resistencia que aún pudiese tener hacia la raza de bronce, me regaló con una de sus maravillosas muecas en donde esos labios carnosos llamaban a las puertas del deseo. Desde ese instante y a pesar de que veníamos amontonados más de cincuenta personas para mi solo existía Filiberto.

Por eso no me dí cuenta como crecía exponencialmente la peda entre la concurrencia aborígen que nos acompañaba en el camión. Menos aún, presté atención al hecho que Rigoberto, otro potencial pretendiente de la Clara pero más rudo y avieso que Matías, había ocupado el lugar que yo dejé disponible en la cabina.
[1] El personaje que esta relatando esta historia miente de manera contundente. Como podrá corroborarse en el trancurrir de esta novela su verdadero marcador en el departamento del amor es un empate a dos. Dos gueritos y dos morenazazazos que dejan extraordinariamente bien parada a la raza de bronce. (Nota de la Redacción insidiosa y madrugadora)

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